Muchos analistas, como Hugo Aboites y Lev Barriga, han insistido que la palabra “excelencia” viene del mundo empresarial y de las competencias en el mundo del trabajo.
Ser “excelente” es ser mejor: el más preparado, el más disciplinado, el más obediente, el que saca 10. Puedes ser “excelente” pero eso no te hace feliz. Incluso puede suceder lo contrario.
El alumno excelente es el que se separa del resto pues consigue el éxito en un mundo lleno de competencia.
Para los creadores del concepto, de esencia empresarial, el siglo XXI es el tiempo de las competencias. El mundo ha impedido garantizar la demanda y se encarece la oferta.
Las empresas no tienen vacantes, el mundo es cada vez más competitivo, los países cada vez más globales y tienen los estándares de calidad de los países avanzados y sólo las “personas excelentes” son las que están preparadas para sobrevivir.
La educación pues, está vinculada a contribuir con esta idea de mercado: llenar a los alumnos de conocimientos básicos para desarrollarse en el mundo del trabajo y ser mano de obra explotable exitosa en el mundo empresarial.
Los alumnos deben ser felices,
la educación debe contribuir a la construcción de un ser humano feliz, no “excelente”.
La educación debe fomentar el espíritu de la solidaridad y no el de la competencia, del trabajo colectivo no el del individualismo, de la fraternidad no la del “éxito individual”, de la ayuda mutua no de la rivalidad.
Alumnos críticos, perspicaces, libres, emancipados, contra todo tipo de opresión y explotación: felices, esos son los niños y alumnos que el pais necesita.
La educación debe estar encaminada a la transformación del mundo en medio de la crisis mundial, a formar sujeto libres, preocupados por el medio ambiente, que acepten la diversidad, solidarios, fraternos, constructivos pero sobre todo: felices.
Pero no queremos sembrar ilusiones en que mientras persista la explotación, la opresión y la miseria de este sistema, nuestros alumnos podrán ser felices. Por eso, opinamos que las maestras y maestros debemos vincular la labor educativa a un esfuerzo por organizarnos y luchar junto a las madres, los padres de familia y otros sectores de trabajadores, en la perspectiva de una transformación radical de la sociedad.
¿La palabra excelencia es la que debería motivar nuestra labor docente?