Cómo es vivir con VIH en el Perú: “Oculto mi diagnóstico por los prejuicios”

Un joven seropositivo cuenta a El Comercio cómo cambió su vida luego de su diagnóstico. En el país aún 20 mil personas desconocen que tienen este mal

La alarma suena. Son las 10 de la noche y Juan* debe seguir el ritual de todos los días: tomar esas cuatro pastillas que evitan que el virus más conocido del mundo invada y debilite su cuerpo. Debe hacerlo en el lugar donde se encuentre: su casa, el auto, una discoteca o en una cita.

Juan se enteró que tenía VIH hace un año y hace seis meses logró que la carga viral en su sangre se mantenga a niveles mínimos. No está curado, este mal no tiene cura por ahora, pero sabe que no morirá por ser seropositivo. No pasará a formar parte de la lista de 32 millones de personas que han perdido la vida debido a enfermedades relacionadas al sida desde que se inició la epidemia en el mundo.

Cuando comenzó el tratamiento antirretroviral, esas pastillas y esa alarma eran el recordatorio constante de que su vida había cambiado. Si bien los doctores le dijeron que ahora ya nadie muere por VIH si está en tratamiento, él no podía evitar sentirse enfermo. Tuvo que tener ayuda psicológica para afrontar su diagnóstico. Cuenta que ahora ya todo se ha vuelto mecánico y entendió -por fin- que podía seguir con su vida, que “el virus no lo definía”. Sin embargo, ni su familia, ni sus amigos saben que es seropositivo.

“Oculto mi diagnóstico por los prejuicios que tiene aún la gente en este país, pero sé que estoy más sano que muchas personas; me realizo pruebas generales dos veces al año y estoy bien”

Juan, un ingeniero de minas recién graduado de una universidad privada de Lima, es uno de los más de 70 mil peruanos que vive con VIH y, además, es parte de los 50 mil que reciben tratamiento gratuito proporcionado por el Ministerio de Salud.

“Antes de conocer que tenía VIH, pensaba que eso no me iba pasar a mí”
A sus 25 años, Juan afrontó la temporada “más extraña y dura” que ha vivido hasta ahora cuando se enteró que era seropositivo. Su padre murió hace un par de años, pero asegura que ese dolor pudo afrontarlo con el apoyo de su familia. Sin embargo, cuando supo su diagnóstico, vivía solo en Lima y decidió no contarle a su madre y hermanas menores. “Son personas muy conservadoras y no iban a entender. Aún hay muchos prejuicios sobre las personas que vivimos con VIH y ellas me ven como un ejemplo”, relata.

Juan nunca creyó que era necesario hacerse un test de VIH. Él solo había tenido dos enamoradas y en la mayoría de las ocasiones se había cuidado, sobre todo para no tener hijos pronto. Además, desde que estaba en el colegio, pensaba que “el sida solo le da a los homosexuales”, al menos eso le dijeron en una charla. Estaba equivocado.

El día que conoció su diagnóstico era sábado. Iba a salir por la noche con algunos amigos a una discoteca del Centro de Lima. Llegó antes que ellos y en la plaza San Martín vio una carpa roja donde regalaban condones y se acercó. Fue entonces que se dio cuenta que era una campaña de exámenes de VIH. Sus amigos iban a demorar todavía un rato y decidió hacerse la prueba para “hacer tiempo”. “Esa fue quizá una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida”, asegura.

Le pincharon el dedo para tomar una pequeña muestra de sangre. A los 25 minutos una persona le pidió que entrara a una carpa de la ONG AHF acondicionada para entregarle los resultados. El consejero que estaba dentro le preguntó si sabía algo sobre el VIH, él le respondió que sí. Luego de unas pregunta más llegó la frase: “Tu prueba ha sido reactiva, tienes VIH”. Le pidieron hacerse una prueba rápida de confirmación en ese mismo momento.

“Mientras me sacaban la segunda prueba lo único que pensaba era en que me iba a morir de sida, no entendía cómo me podía pasarme a mí. En medio de mi confusión le pregunté al joven si estas pruebas pueden equivocarse”

Las tests rápidos de VIH tienen un nivel de confiabilidad superior al 98% dependiendo de la marca, por ello se le realizó otro examen con una marca distinta. Es estadísticamente imposible que ambas pruebas se equivoquen si tienen el mismo resultado.

Pasaron otros 20 minutos y la segunda prueba confirmó el diagnóstico. “Ahora agradezco que aunque no lo pregunté, el consejero me explicó en ese momento que si comenzaba el tratamiento lo antes posible, entonces podría tener una vida normal, que esto no era una sentencia de muerte”.

Ese día se excusó con sus amigos, dijo que se sentía mal y volvió a casa. Pensó en llamar a su madre, pero eligió no decirle. “¿Cómo hacerle pasar esto por teléfono?”. Las palabras del consejero rondaban su mente: era necesario comenzar con el tratamiento ya mismo.

Afrontar todo a solas
La semana siguiente Juan llegó hasta la sede de AHF para recibir asesoría psicológica y también lo guiaron en el proceso que debía seguir para comenzar a recibir su tratamiento en un hospital del Minsa. Le asignaron un facilitador, quien lo acompañó durante el proceso.

“En la sección del hospital que atiende pacientes con VIH esperaba ver gente muy delgada, casi muriéndose, pero vi jóvenes, señores, señoras que parecían muy saludables recibir sus antirretrovirales. Eso me tranquilizó”.

Luego de realizarse una serie de pruebas para verificar que su sistema inmune no estaba debilitado aún, entre ellos un examen de TBC, el doctor le dijo que el VIH no había avanzado mucho (la cantidad de copias del virus en su sangre era aún baja), pero que debía comenzar ya con el tratamiento.

Ahora, todos los pacientes seropositivos reciben antirretrovirales en el Perú; hasta inicios de la primera década del 2000 lo recibían aquellos que estaban en fase de sida o tenían el sistema muy debilitado.

“El gran avance es que el VIH es considerada una enfermedad crónica, que se puede tratar como la diabetes o la hipertensión, y por eso es importante la adherencia al tratamiento”, explica a El Comercio el doctor Ciro Maguiña, infectólogo de la Universidad Cayetano Heredia.

Juan tuvo que trabajar e ir a estudiar con muchos mareos por lo menos dos semanas debido a los efectos secundarios de la terapia. Finalmente, su cuerpo se acostumbró. Ahora, salvo por tener que tomar esas cuatro pastillas, sigue con su vida, aunque asegura que le gustaría no tener que ocultar su diagnóstico.

“En mi trabajo lo saben solo los de recursos humanos y tengo la suerte de que me apoyan, pero conozco personas que han perdido su trabajo cuando pedían permiso para ir a recoger sus medicamentos”, cuenta.

“En el colegio lo único que sabía era que con VIH te mueres y que tienes como máximos 10 años de vida. Antes de saber que tenía VIH pensaba que estaba informado, pero no era así, tenía muchas ideas erradas, pensaba que el VIH era lo mismo que el sida”, finaliza.

Datos:

  • Según el Minsa, en el país aún hay 20 mil personas que desconocen que tienen VIH.
  • En el mundo, más de 37 millones de personas viven con VIH.
  • El VIH no se contagia, se transmite.
  • Las personas seropositivas con carga viral indetectable no pueden transmitir el virus.
  • 74,9 millones de personas contrajeron la infección por el VIH desde el comienzo de la epidemia

*El nombre de la persona se mantiene en reserva a pedido suyo.

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